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Hace una década era una mujer diferente.
Y entonces llegó ella. Y lo puso todo patas arriba.
No me sentí nunca tan importante para alguien. Me sentí imprescindible, única.
Y los días se convertían en noches y no habíamos cambiado de postura, ella enganchada a mis pechos. Alimentándose, sosegándose, recibiendo calor (amor), durmiendo.
Nunca gateó, para qué?! se estaba mucho mejor en brazos. 
Y cuando menos me lo esperaba, ya corría detrás de los gatos.
Empezó a hablar a los 3 años; tenía un serio cacao de idiomas en la cabeza. Ahora, no calla ni bajo el agua y, no es un decir, la oigo hablarme a través del tubo de bucear, o me para cuando ambas buceamos y una ristra de burbujas salen de su boca mientras sus brazos gesticulan...
Su risa me conmueve. Es de esas personas graciosillas que se las pasan explicando chistes malos e interpretando situaciones descabelladas.
Su lógica es aplastante si lo ves con sus ojos, con su mente y su corazón; yo, a veces, no la sigo... pero debe de ser la bomba ser su amiga! sólo tiene un requisito para ello: "ser salvaje", si lo eres, eres bienvenido/a a su mundo.
Atrapa insectos y se los coloca por la cabeza y brazos, mientras todos la miran con cara de asco. Atrapa ratones y rescata abejas dándole confitura de la mano, esas abejas moribundas comen y vuelan de nuevo.
Hace un tiempo que viste con una túnica negra. Un niño se le acercó y le preguntó por qué; "sóc una bruixa, no ho veus?"
Está salvando al mundo. Lo está liberando de mentes cuadradas e intolerantes. 

Me enfado mucho con ella, discutimos, hablamos eternamente y al fin, unas veces ella se disculpa y otras lo hago yo.
A veces no nos disculpamos, porque creemos que las dos tenemos razón. Entonces, cuando nuestra respiración a vuelto al ritmo normal, nos vamos acercando y buscamos alguna frase que sabemos que a la otra le hace gracia. Sonreímos, a veces nos reímos y pasamos página.

Soy una mujer afortunada. Agradecida a la vida (claro que podría habérmelo puesto un poquito más fácil con una niña un pelín menos estravagante, pero, bah! no me lo pasaría ni la mitad de bien!).
Diez años.
Moira.
 
Hay una isla minúscula en Malasia, de cuyo nombre no quiero (ni debo) acordarme.
La arena es blanca, el mar turquesa y en donde los corales forman un verdadero bosque submarino.
Mientras los sobre vuelas, miles de peces de todos los colores y formas comen y limpian el coral. Es muy importante no alimentar los peces, rompes el ciclo; los peces no limpian el coral y este se muere.
Planeando sobre aquella maravilla marina sientes como si hubieras descubierto un tesoro milenario escondido.
Luego aparece una tortuga marina. Masca algo entre el coral. Te mira y sigue comiendo.
Paralizada sigues observándola mientras sube hacia ti y te roza con sus aletas; ha de nadar hacia la superficie, necesita salir a respirar. Es por ello que los plásticos las están matando, las apresan en el fondo del mar y mueren ahogadas.
Vuelve a hundirse y sigue su camino. Su belleza es incuestionable.
Luego pierdes el tubo de respirar del susto al ver una cría de tiburón. Moira nada detrás de él mientras yo intento engancharla del pié para frenarla. Cabizbaja sigue anonadada con el paisaje.
Peces globo, peces payaso, azules, verdes, amarillos, violetas. A rayas, a puntitos. Planos, redondos y alargados. Pez espada y mantas gigantes.
Ahí abajo hay un mundo tan precioso como el de arriba, sólo que más silencioso.

Hay una isla minúscula en Malasia en donde por la noche el plancton se ilumina convirtiéndose en azul fluorescente.
Mientras nadas, un millón de luces envuelven tu cuerpo.
Un mar de estrellas bajo un cielo estrellado.
Hoy, a más, se pueden ver las lágrimas a San Lorenzo, así que estirados boca arriba flotando sobre el mar en clama, nos damos un baño de estrellas.

Hay una isla minúscula en Malasia, de cuyo nombre no quiero (ni debo) acordarme, que te remueve por dentro y por fuera.
Que te sacude, te voltea y te pregunta.
Y, a más, te da las respuestas.

Día 43.
Moira.
Malasia.
 
El Kayak, ese invento del demonio.
David tiene un amigo que lleva un negocio de kayak. 
En la costa sud de Tailandia, en la província de Krabi, las montañas se abren dejando que la mar las atraviese. 
Son pequeños senderos cubiertos de vegetación extrema, donde los monos van saltando por encima tuyo.
El paisaje es indescriptible.
Como el itinerario no tenía pérdida, declinamos la oferta de un guía.
No había dificultad ni por viento ni por oleaje, así que Moira y yo nos montamos en un kayak y, Madicken y Roger en otro.
Remamos hasta donde en teoría había una playa, allí teníamos que empezar a subir por los senderos. Bordeando las 3 grandes montañas volveríamos al punto de salida. Un paseo de 2 horas, 2 horas y media.
La playa no estaba tras aquella montaña, así que seguimos hasta la próxima.
Para entonces el viento empezó a soplar con fuerza. Costaba remar contracorriente, empezaban las quejas de las niñas.
La siguiente montaña tampoco escondía ninguna playa. Vaya... empezamos a frustrarnos. Dónde estaba aquel punto de subida?!
El oleaje empezó a crearse con tanto viento y nos dirigía aunque remásemos con fuerza.
Allá a lo lejos ya solo había los manglares, lugar de recogida de los monos, que son bastante territoriales y nada hospitalarios.
Dónde estábamos? las montañas ya se veían en la lejanía, los manglares, de los que nadie dijo nada, a tocar. Más allá, la nada.
Si nos habíamos pasado, cosa bastante probable, cómo hacíamos para volver?!
3 intentos fallidos de vuelta. Las olas nos incrustaban en los manglares a golpetazos.
Yo empezaba a perder los nervios. No soporto la impotencia. Madicken se asustó viéndome y se puso a llorar.
Empezamos a tranquilizarla, pero las olas nos daban golpes contra los árboles y, era complicado que nos creyese cuando le decíamos que estaba todo bajo control.
Cuarto intento. El peor de todos. Ese hizo llorar también a Moira.
El teléfono que llevábamos escrito en los chalecos salvavidas no correspondía a los kayaks que estábamos usando. Eran de otra empresa. Fantástico!
Llamamos a David, pero no respondía.
En fin, nuestra única opción era dejarnos llevar por la corriente hasta donde nos dejase, ya buscaríamos la manera de volver.
Vimos a lo lejos una plataforma de cabañas flotantes. Parecían pescadores. Para allá nos dirigimos.
No hablaban inglés. Dos hombres y una mujer nos miraban y sonreían. Iban diciendo que sí a todo.
Sí a que tienen un barco para remontarnos. Sí a que saben dónde está el itinerario de los kayaks. Sí a que no saben lo que decimos...
Empezaron a llenar de frutas a las niñas. Empezaron cortándoles rajas de sandía. Madicken, sollozando iba cogiendo y comiendo mientras intentaba engullir mientras lloraba. Le habíamos explicado que nunca menosprecie un ofrecimiento. Madicken es de esas personas que aún cuando no puede, lo hace.
Moira, más calmada, iba aceptando los regalos y se los iba dejando encima de las piernas, mientras les dedicaba una media sonrisa.
Yo no entendía nada. Creí que entendían que queríamos comprarles cosas. Les volvía a explicar, pero solo hacían que sonreír y asentir con la cabeza.
Le enseñé el móvil. "Kayak". Entonces uno de los hombres cogió su móvil e hizo una llamada mientras el otro sacaba del fondo del mar un coco atado a una cuerda y lo abría para dar de beber a las niñas.
También les dieron paquetitos de chuches y un sinfín de cosas más.
Nos hicieron salir de los kayaks, hasta entonces estábamos atados a su plataforma flotante y nos subieron a ella.
Era muy pequeña. La mujer limpiaba moluscos y los ponía en una red. Solo nos mirábamos y sonreíamos.
Uno de los hombres, el del teléfono, empezó a hacernos un sinfín de fotos. De todos los ángulos posibles.
Nos sentíamos un poco como animales de zoo.
Así estuvimos un rato largo. Sentados, sonriendo, sin saber qué pasaba realmente.
No quería hacerme pesada, pero iba preguntando "Kayak?" para ver si sacaba algo en claro.
Por fin dijo: "En moment".
Ah, bueno! algo es algo.
Al rato vino una barca con motor. Se amarró a la plataforma y salió un chico que se subió a otra y se fue.
Nos hicieron subir a esa barca.
Creímos adivinar que nos remolcarían.
Así fue.
Después de un viaje bastante agitado por el temporal, sujetando los 2 kayaks dispuestos en perpendicular encima de la barca, llegamos al punto de partida. Éramos los últimos. Claro está.

Durante todo el viaje nos sonreían y seguían cortando coco a las niñas mientras nosotros intentábamos, tal como pulpos, sujetar niñas, kayaks y mochilas.
Estábamos tan agradecidos que no teníamos más que dinero para ofrecerles. No querían nada, pero esa no era la respuesta correcta para nosotros. Les llenamos de todo lo que llevábamos encima. Y aún así, pese a su cara de asombro, no era, ni por asomo, suficiente agradecimiento.

Se fueron. Se fueron esos dos hombres. En tierra nos quedamos nosotros, con las manos llenas de frutas y pastelitos.
Pero sobretodo llenos de agradecimiento y estima.

Madicken no quiere volver a oír la palabra kayak. Así que no sabemos si esas montañas se abren dejando que la mar las atraviese. Si esos pequeños senderos cubiertos de vegetación extrema, donde los monos van saltando por encima tuyo es un paisaje indescriptible.
Lo que sí sabemos, es que el kayak lo carga el diablo! 

Día 22.
Krabi, Tailandia.

De vuelta a la carretera llegamos a Krabi, a la granja eco de David y Joy, un paraíso en plena selva.
"No dejéis comida fuera cuando os acostéis, hay ratas gigantes. Cerrad la puerta del dormitorio, no por nada, pero suelen venir serpientes pitón, no están interesadas en vosotros, sino en mis aves de corral, pero por si a las niñas les da miedo..."

Niñas? Hola qué tal? Serpiente Pitón?

-Pero no son venenosas, no?-pregunté a David
-NO. Las pitones, no. Las cobras sí!
-Ok! y aquí no hay cobras, no?
-Sí, también hay cobras.
-Ah. Molt bé...

A Moira le encantan las serpientes (se olvida que comen también gatos) y anoche tuvimos una larga discusión de si cerrábamos o no el dormitorio.
Por la noche, en el río, nadan en busca de carpas. En teoría, durante el día, dejan que nos bañemos.
Hoy he soñado que Moira se iba navegando a galope de una pitón río abajo.

Día 17. Sin noticias de Gurb.
Krabi, Thailand.
 
Estamos viendo playas y lugares en donde su perfección es absoluta.
Estamos viendo lo que la naturaleza crea. Pura belleza.
También vemos centenares de kilos de basura. Hay playas en las que su arena es un verdadero vertedero, sobretodo después de la tormenta nocturna.
Botellas, zapatillas, plásticos, recipientes, cañitas de plástico, mecheros... lo que el ser humano crea.
El mar lo devuelve, es como si nos dijera 'quédate tú con tu mierda' y, no es para menos.

Qué estamos haciendo?

Anoche, miramos 'Gravity', la película de Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki.
Hay varios impactos entre naves y satélites, lo que provoca un sinfín de residuo suspendido en el universo.
-Ostres!!! No només estem destruïnt el nostre planeta, també estem embrutint l'espai exterior!!!-comentó horrorizada Moira.

Creamos cosas maravillosas, interesantes y alucinantes, pero tienen un impacto medioambiental nefasto.

Deberíamos unir el trabajo manual y el intelectual así como la industria y la agricultura en una armonía siempre respetuosa con el medio ambiente y el ser humano.
-Mama
-mana
-això m'encanta! Jo vull viure viatjant.
-jo també!!

Día 12.
Madicken. Koh Lanta, Thailand.
 
Día 7. Seguimos en la isla de Koh Phanga, en el golfo de Tailandia.
Hemos hecho un trato con una familia, nos llevan en su pick up a diferentes puntos de la isla, nos dejan y nos recogen en el mismo punto. El inglés no lo dominan mucho, nos comunicamos con sonrisas y señas. Miradas y expresiones faciales.
Las niñas controlan más que nosotros esta comunicación no verbal, así que muchas veces nos hacen de intérprete.
La señora de la casa no hace más que cortar ramas de un árbol y embolsarla, me ha dicho el nombre de la planta ocho veces, no lo he entendido, pero ya me da vergüenza preguntárselo de nuevo... la usan como anti urticaria. Sobretodo para los niños. La hierven y se duchan con ella.
Pasado mañana saltaremos a la costa oeste. 7 horas de viaje entre ferrys y autobuses.
Hasta entonces, así estamos.

Madicken, Koh Na.
Koh Phanga, Thailand.











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