marzo

Hace poco leí un cuento corto sobre la superación personal.
Me gustó el mensaje. Puedes hacer lo que te propongas, siempre que no haya nadie al lado que diga que no puedes hacerlo.
Me gustó y de hecho, es la base de la educación que ejerzo sobre ellas. No atarlas con miedos, con límites. Me callo mucho, aunque sufro por dentro, pero han de verse capaces.
Porque lo son.
Capaces de hablar y hacerse entender; que la vergüenza no les calle.
Capaces de subir a los árboles y descender por bajadas a dos o cuatro ruedas; conocer su punto de equilibrio y disfrutar de la adrenalina.
Capaces de construir, pensar, dibujar... ; consultar los libros para aprender.
Capaces de todo. 
De los errores se aprende.
Pero también estar ahí. No sé si es vigilando o controlando, es quizás, ayudando. A veces la imaginación y la poca experiencia hacen que te animes a hacer cosas que, a priori, no son buena idea...
Eso es la crianza, no? dejar que vuelen, pero no solos. Acompañados, respaldados.

"Mama, tinc por!", me decía con la risa floja del nerviosismo.
"Va, Madicken! tu pots!!!!"


 Y de un salto se enganchó a la cuerda, que la voló por encima de nuestras cabezas.
"Uau Madicken! què valenta!!!!!!!!!" exclamamos Moira y yo entre risas.

Madicken
Tjøme, Noruega.




"No em pots manar sobre el meu cor, mama, ni al meu cervell!"

"És clar que no! Ni jo, ni ningú!"

Le contesté a Madicken.

Ellas tienen muchos derechos, pero también, aunque sean pequeñas, tienen deberes.
Poner la mesa, ordenar todo lo que han utilizado para jugar, crear, soñar o volar, hablar bien y escuchar, y a veces, aunque no les guste, obedecer sobre lo que a ellas no les parece justo; pero no siempre llueve a gusto de todos...

"I perquè ho dius això?"
"Per res... només vull que quedi clar."
"Saps què, Madicken?, t'estàs fent gran. Aquests aclariments què fas, són tan importants per tu com per mi. No deixis mai de dir el què penses o sents!" 

Y le planté un beso, y la abracé, le felicité y me deshice en amor.

Madicken.
L'Albera, Girona.

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www.instagram.com/cistellapower.
Mi madre era bordadora. Bordaba para las casas distinguidas y familias de bien.
Esas que lo quieren todo perfecto, cueste lo que cueste (aunque discutan y no les guste pagar lo que realmente cuesta...).
Era esa época en que se estilaban las sábanas bordadas con las iniciales, con festones o puntillas. Pañuelos de caballero y batas de colegio.
No estoy segura que se siga haciendo... creo que los pañuelos de papel acabaron con los de hilo doblados, planchados y perfumados, las fundas nórdicas con las sábanas perfectas y 
las batas de colegio con el adhesivo ese que mandas a imprimir, bueno, yo se las pinto con su nombre a brochazo limpio, total... es la bata de plástica! :-)

Y nunca me puse a bordar, pero conozco cada paso que se debe hacer. Me pasaba horas y horas sentada a su lado observando. Con el sonido de la máquina a pedal.
Coordinación, pulso, destreza y paciencia, mucha paciencia. La perfección en el bordado requiere eso. Eso, y tener el don, y mi madre lo tenía.

Y cuando enfermó, ya no podía bordar. Y yo no conseguía abrazar el sueño por la noche. Daba vueltas y más vueltas, y tenía un montón de pesadillas.
Día tras día. 
Hasta que una noche, mi madre se levantó y se puso a bordar. La escuché desde mi habitación.
Y entre lágrimas me quedé dormida.
Necesitaba ese sonido. Era mi nana. Mi saber que todo estaba bien. Que mi madre no se moría. Que todo era una pesadilla, que la tendría siempre.

Madicken calentándose las manos heladas.
Tjøme, Noruega.

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Todas esas personas que han muerto. 
Esas personas que han sido importantes en mi vida. 
Mis muertos.
No son fantasmas. Los fantasmas aparecen cuando no quieres verlos. 
Yo les quiero a mi lado siempre, en todo momento. 
Quiero hablarles y explicarles.
Mis muertos son parte de mi vida. Siguen siéndolo.
La muerte es arrolladora. Pero ha podido en parte.
No me los puede quitar del todo.
Porque yo sé recuperarlos. 
Y me escuchan, y me aconsejan. Y me dan la bronca, y me felicitan.
Mi madre, mi padre, Kaja...
Mis abuelos.
Mis muertos.

Y les hablo de ellas a las niñas.
Riéndome, no llorándoles.
Yo les lloro a solas.
En mi intimidad.
Cuando el tiempo transcurrido ha dejado de curar, para convertirse en un momento de rabia y dolor.
De todos esos años robados por la Muerte.
Qué tanta prisa pudo tener?


Y es en el mar, en donde les dedico su tiempo.
Donde poder navegar con ellos y ellas.
Un paseo a media tarde.
Una mañana al sol.


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Yo me pierdo en las miradas de la gente. 
Sobretodo cuando miran. Cuando me miran.
Y son bellas, las de adulto y las de niño.

Las que parecen ventanas al inmenso interior.
Las que te atraviesan y te remueven por dentro.
Las que tienen colores, fuerza, risas, curiosidad y alegría.
Y las de admiración.

Me estremecen las inocentes.
Y me sacuden las avispadas.

Y luego están las de concentración.
Esas miradas que no miran.
Me enamoran.

Madicken concentrada en una acrobacia en trapecio.
Cistella, Girona.



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