El Kayak, ese invento del demonio. David tiene un amigo que lleva un negocio de kayak. En la costa sud de Tailandia, en la província de Krabi, las montañas se abren dejando que la mar las atraviese. Son pequeños senderos cubiertos de vegetación extrema, donde los monos van saltando por encima tuyo. El paisaje es indescriptible. Como el itinerario no tenía pérdida, declinamos la oferta de un guía. No había dificultad ni por viento ni por oleaje, así que Moira y yo nos montamos en un kayak y, Madicken y Roger en otro. Remamos hasta donde en teoría había una playa, allí teníamos que empezar a subir por los senderos. Bordeando las 3 grandes montañas volveríamos al punto de salida. Un paseo de 2 horas, 2 horas y media. La playa no estaba tras aquella montaña, así que seguimos hasta la próxima. Para entonces el viento empezó a soplar con fuerza. Costaba remar contracorriente, empezaban las quejas de las niñas. La siguiente montaña tampoco escondía ninguna playa. Vaya... empezamos a frustrarnos. Dónde estaba aquel punto de subida?! El oleaje empezó a crearse con tanto viento y nos dirigía aunque remásemos con fuerza. Allá a lo lejos ya solo había los manglares, lugar de recogida de los monos, que son bastante territoriales y nada hospitalarios. Dónde estábamos? las montañas ya se veían en la lejanía, los manglares, de los que nadie dijo nada, a tocar. Más allá, la nada. Si nos habíamos pasado, cosa bastante probable, cómo hacíamos para volver?! 3 intentos fallidos de vuelta. Las olas nos incrustaban en los manglares a golpetazos. Yo empezaba a perder los nervios. No soporto la impotencia. Madicken se asustó viéndome y se puso a llorar. Empezamos a tranquilizarla, pero las olas nos daban golpes contra los árboles y, era complicado que nos creyese cuando le decíamos que estaba todo bajo control. Cuarto intento. El peor de todos. Ese hizo llorar también a Moira. El teléfono que llevábamos escrito en los chalecos salvavidas no correspondía a los kayaks que estábamos usando. Eran de otra empresa. Fantástico! Llamamos a David, pero no respondía. En fin, nuestra única opción era dejarnos llevar por la corriente hasta donde nos dejase, ya buscaríamos la manera de volver. Vimos a lo lejos una plataforma de cabañas flotantes. Parecían pescadores. Para allá nos dirigimos. No hablaban inglés. Dos hombres y una mujer nos miraban y sonreían. Iban diciendo que sí a todo. Sí a que tienen un barco para remontarnos. Sí a que saben dónde está el itinerario de los kayaks. Sí a que no saben lo que decimos... Empezaron a llenar de frutas a las niñas. Empezaron cortándoles rajas de sandía. Madicken, sollozando iba cogiendo y comiendo mientras intentaba engullir mientras lloraba. Le habíamos explicado que nunca menosprecie un ofrecimiento. Madicken es de esas personas que aún cuando no puede, lo hace. Moira, más calmada, iba aceptando los regalos y se los iba dejando encima de las piernas, mientras les dedicaba una media sonrisa. Yo no entendía nada. Creí que entendían que queríamos comprarles cosas. Les volvía a explicar, pero solo hacían que sonreír y asentir con la cabeza. Le enseñé el móvil. "Kayak". Entonces uno de los hombres cogió su móvil e hizo una llamada mientras el otro sacaba del fondo del mar un coco atado a una cuerda y lo abría para dar de beber a las niñas. También les dieron paquetitos de chuches y un sinfín de cosas más. Nos hicieron salir de los kayaks, hasta entonces estábamos atados a su plataforma flotante y nos subieron a ella. Era muy pequeña. La mujer limpiaba moluscos y los ponía en una red. Solo nos mirábamos y sonreíamos. Uno de los hombres, el del teléfono, empezó a hacernos un sinfín de fotos. De todos los ángulos posibles. Nos sentíamos un poco como animales de zoo. Así estuvimos un rato largo. Sentados, sonriendo, sin saber qué pasaba realmente. No quería hacerme pesada, pero iba preguntando "Kayak?" para ver si sacaba algo en claro. Por fin dijo: "En moment". Ah, bueno! algo es algo. Al rato vino una barca con motor. Se amarró a la plataforma y salió un chico que se subió a otra y se fue. Nos hicieron subir a esa barca. Creímos adivinar que nos remolcarían. Así fue. Después de un viaje bastante agitado por el temporal, sujetando los 2 kayaks dispuestos en perpendicular encima de la barca, llegamos al punto de partida. Éramos los últimos. Claro está.
Durante todo el viaje nos sonreían y seguían cortando coco a las niñas mientras nosotros intentábamos, tal como pulpos, sujetar niñas, kayaks y mochilas. Estábamos tan agradecidos que no teníamos más que dinero para ofrecerles. No querían nada, pero esa no era la respuesta correcta para nosotros. Les llenamos de todo lo que llevábamos encima. Y aún así, pese a su cara de asombro, no era, ni por asomo, suficiente agradecimiento.
Se fueron. Se fueron esos dos hombres. En tierra nos quedamos nosotros, con las manos llenas de frutas y pastelitos. Pero sobretodo llenos de agradecimiento y estima.
Madicken no quiere volver a oír la palabra kayak. Así que no sabemos si esas montañas se abren dejando que la mar las atraviese. Si esos pequeños senderos cubiertos de vegetación extrema, donde los monos van saltando por encima tuyo es un paisaje indescriptible. Lo que sí sabemos, es que el kayak lo carga el diablo! ;-)
Día 22. Krabi, Tailandia.
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