Me enteré una vez, mirando las publicaciones de colegas y amigos en Facebook, que había un café restaurante, en el centro de Barcelona, que había negado a una madre dar el pecho a su bebé, invitándola a esconderse en el cuarto de las escobas o el baño, o si lo deseaba, abandonando el lugar.
Para aquél entonces, amamantaba a mis dos hijas al mismo tiempo, tándem que se llama.
Moira tenía 2 años y Madicken era muy chiquitita, no recuerdo cuantos meses, pero andaba todo el día enganchada.
Tomé la dirección del lugar y partí hacia allí.
No me podía creer lo que acababa de leer. Mi plan era pedir una infusión y amamantar a Madicken, básicamente lo que hacía sin nunca recibir queja alguna, y menos la invitación a abandonar ningún lugar!
Escogí la mesa más centrada, mejor iluminada y estratégicamente colocada de manera que tanto los que entraban como los ya situados en el lugar pudieran verme.
Y no pasó nada.
Después de casi media hora, de idas y venidas de personal y clientela, nadie dijo nada. Ni miró raro, ni siquiera se percató de mi existencia me atrevería a decir…
Así que me levanté, pagué y salí del café restaurante.
Era así de fácil que se pudiese desacreditar un establecimiento, un personal? Así que volví.
“Te has olvidado algo?”
“No, bueno, sí. Me olvidé explicar y preguntar algo.”
…
“Ah! Eso!... bueno… verás… eso fue cosa de un tipo que trabajaba aquí, pero ya no está. Personalmente lo encontré muy feo… pero sí, pasó…. Pero tu has estado amamantando a tu bebé y nadie te ha dicho nada, no?”
“No. Aunque para serte sincera, deseaba que lo hicierais. Os habría tirado por el suelo todos vuestros estúpidos argumentos”.
Mientras entablábamos esa pequeña conversación, el camarero no había dejado la escoba ni por un momento, barriendo tres sobrecillos de azúcar de derecha a izquierda, juntándolos y separándolos para así empezar de nuevo.
Se paró de golpe. Y nos miramos.
“Yo también mamé de mi madre, sabes?”, me dijo el camarero.
“Y yo!”, respondí.
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