Yo siempre besaba a mi madre antes de salir de casa.
No era una costumbre. Era una necesidad.
De pequeña y de no tan pequeña. Aún si dormía como si estaba despierta. Me acercaba a ella y la besaba.
No era un beso rápido, fugaz. Era un beso lleno de sentido. El tiempo se paraba, no habían prisas.
Esos besos hechos con amor, de los que te llenas de la otra persona.
Desde que empecé a ir sola al cole hasta cuando me iba al instituto.
Siempre un beso y un "hasta luego".
Recuerdo un día en que llegaba tarde al instituto. Me dormí. Tenía exámenes.
Metí todo de cualquier manera en la mochila y me vestí con lo que encontré en el suelo.
No pasé ni por el baño. Seguía vistiéndome mientras corría calle arriba a coger el metro.
Y justo antes de entrar, bajando las escaleras, me paré en seco.
No le había dado un beso.
Bajé dos escalones despacio.
Me paré.
Y corrí para casa.
Corrí y corrí. Subí las escaleras del portal y entré a casa corriendo.
Mi madre aún dormía.
Y volvió a pararse el mundo. El tiempo.
La besé.
-¿Pero tú no llegabas tarde al examen?
-Sí.
-¡Mónica!
-¡Ya me voy!, hasta luego.
A Moira no le gustan nada los besos. Nunca me da. Madicken me devora viva.
Las dejé en la escuela y volvía ya a casa cuando oí que me llamaba Moira.
Corrió a donde yo ya me encontraba, unos cuantos metros fuera de la escuela.
Necesitaba un abrazo.
Y mientras la abrazaba fuerte le besaba la cabeza.
Le iba a caer una bronca por salir del cole sin permiso.
Lo sabía.
Daba igual.
Ese abrazo y ese beso, bien lo valían!
Moira.
Cistella, Girona.
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