Bajábamos la montaña que nos llevaría a la cala. Desde arriba se ve ese color azul intenso, a dos tonos, el de entre las rocas y el de encima de la arena.
El bosque bordea la playa, y la lavanda, el tomillo, las amapolas y las flores de San Juan, pintan de colores la tierra erosionada por la tramuntana.
Los pinos tocan con sus copas el suelo, y sus troncos retorcidos enseñan a las niñas la fuerza del viento.
Esta primavera ha estado especialmente ventilada por la tramuntana, así que las orillas están repletas de troncos y palos.
Es como un taller listo para empezar a trabajar.
Es la perfección para Moira y Madicken.
Dentro del agua se sorprenderán de cómo viven los habitantes de las rocas; los cangrejos, los tomates de agua y los erizos. Y también esos pececillos que nadan nerviosos, juntos, bailando, como si de una coreografía se tratase.
Las algas no son lo suficientemente fuertes para sujetar los palos que harán de cabaña. Así que andamos a buscar lianas.
Y escalando por la pared llena de presas naturales, llegan allí en donde tienen buena vista.
Quieren hacer una hoguera para que nos vea el posible barco que pase y nos rescate.
Y les advierto que tal vez sean piratas!
"No pasa res, mama, el pare de la Pippi és pirata!"
Y como no pasa nadie, y estamos solas en nuestra isla misteriosa, decidimos bajar a la playa a comer y beber.
Madicken piensa qué hacer con semejante caña mientras Moira pone banda sonora.
Un día de playa cualquiera.
Moira y su broncomicrófono.
Colera, Girona.
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