Me preguntaron una vez, qué estación del año era mi favorita.
Pensé un poco, pero no me costó responder "otoño".
"Ves, en la estación que has nacido, casi nunca falla".
Hace poco, les pregunté a ellas por la suya. Y curiosamente, cada una dijo la estación en la que había nacido; verano e invierno.
A mi el otoño, pese a gustarme, me parece el más difícil.
Tal vez sea esa la razón por la que me guste, siempre tuve esa predisposición; hacia lo difícil, lo problemático, lo caótico...
Es la que me remueve por dentro. La que pone mi cuerpo en defensa, mientras mi mente se rinde ante la melancolía, la duda, la insatisfacción y el miedo.
Es sentir ese sol bajo de energía, débil, que te mantiene en "stand by".
Es mirar el cielo estrellado con una manta hasta el cuello, con calcetines de lana, y cambiar la cerveza por una infusión de hierbas.
Es analizar tu camino desde el último otoño.
En mi caso, el otoño cierra un ciclo, un año, una sección de mi vida.
Ando así.
Y de mientras, nos preparamos para el invierno. A cada paseo, nos traemos unos cuantos palos que harán más fácil el encendido de la chimenea.
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Moira
Cistella, Girona.
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